Los dichos y los hechos

No sé si voluntaria o involuntariamente, pero claramente la política norteamericana se centra en lo urgente, dejando para otro momento lo importante. Hoy los electores estadounidenses, a través de su singular sistema de elección indirecta, eligen a su presidente de la república y a su vicepresidente; votan por los 435 integrantes de la Cámara de Representantes; por 33 senadores y 11 gobernadores, además de que renuevan 86 de las 99 cámaras legislativas locales.

Con la elección de esos 6,015 políticos nacionales y estatales culminará el proceso que, a decir de un aguzado analista, confirma la transformación de la política norteamericana “ideológicamente flexible y habituada al pacto, en una política rígida, intransigente, entumecida, a fin de cuentas incapaz de hacer frente a los enormes desafíos históricos del momento”.

Un proceso electoral en el que el candidato del partido en el gobierno no hizo referencia a los enormes retos de la política exterior y, sobre todo, evitó llamar la atención de los ciudadanos sobre los síntomas de una crisis económica de descomunales proporciones que se cierne sobre el vecino norteño; una campaña en la que, sorprendentemente, tampoco el candidato opositor señaló los grandes problemas de ese país y las consecuencias que previsiblemente pueden tener entre sus vecinos y socios, como México.

Ausente en los debates presidenciales, pero también en los planteamientos de política exterior, la relación de los Estados Unidos con nuestro país, no es tema para políticos y analistas de esa nación; sin embargo, desde este lado de la frontera resulta obvio que lo que allá suceda tendrá un impacto directo en nuestra vida pública y privada.

Un botón de muestra es que la debilidad de las inversiones en la economía de los Estados Unidos, las reducciones en el nivel de ventas registradas en los últimos meses por los grandes corporativos, un sector inmobiliario que no termina de superar el déficit financiero que provocó hace cuatro años, y un mercado de trabajo que agudizó su depresión recientemente, entre otros factores, provocaron la disminución en 23% respecto al año pasado, del nivel de las remesas que los mexicanos que allá trabajan envían a sus familias, de acuerdo con información de BBVA Research y el Banco de México publicada la semana pasada.

Si bien esa suerte de ensimismamiento de los políticos norteamericanos puede ser entendible en la coyuntura de su jornada electoral, la actitud que ellos han mostrado no debe pasar inadvertida, pues para nosotros, la relación bilateral es “la más importante para nuestro país”, como apenas lo precisara Enrique Peña, nuestro presidente electo.

En ese sentido, el desafío del gobierno mexicano radica en que, sin importar el resultado de la elección de hoy, seamos capaces de transitar de la integración comercial que hemos logrado en tres lustros, a una nueva fase de integración productiva que, continuando por la libre circulación de mercancías, se amplíe a una mayor diversidad de servicios, hasta formar un mercado de trabajo en un contexto de legalidad y confianza; y avance en asuntos más delicados de la agenda compartida como la seguridad de las fronteras, la seguridad ciudadana y el combate a la delincuencia organizada, en un clima de respeto absoluto a la soberanía de las naciones, pasando por los temas de salud y salubridad, cultura, ciencia y tecnología y un largo etcétera que conformen una agenda compleja e integral, como es la relación misma entre ambos países. Todo, sin olvidar jamás que en el centro debe prevalecer el interés de la persona y su dignidad.

Independientemente de la elección, es necesaria una nueva relación con los Estados Unidos.

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