Los dichos y los hechos

Si como dijo Aristóteles, “la democracia ha surgido de la idea de que si los hombres son iguales en algún aspecto, lo deben ser en todos”; lo cual significa que la igualdad de oportunidades de vida es indispensable en la democracia. Y ésa parece ser la inquietud que anima a un grupo de investigadores y especialistas del más alto nivel y prestigio profesional que desde el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se han dado a la tarea de documentar la desigualdad social en nuestro país, en una de sus expresiones más crudas: la discriminación, cuyo reporte correspondiente al año en curso, mañana presentarán.

Discriminar es “seleccionar excluyendo” precisa la Real Academia Española de la Lengua; es separar a quienes tienen una característica que equivocadamente se juzga negativa, para privarlos de algo que en otras circunstancias debían merecer. Consiste en la “práctica cotidiana de dar un trato desfavorable o de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo, que a veces no percibimos, pero que en algún momento hemos causado o recibido”, afirma el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED).

Se trata pues, de un fenómeno multifactorial que, lógicamente, debe acometerse desde muy diversas perspectivas. Once, propone el grupo multidisciplinario encargado del reporte: proceso penal, justicia civil, salud, alimentación, trabajo, información, expresión, derechos políticos, libertad religiosa, crédito y educación.

Por supuesto habrá que tener el documento en las manos para saber exactamente de qué tamaño es la discriminación, qué sectores de la población la padecen y en cuáles ámbitos de la vida pública; pero podemos adelantar, sin temor a equivocarnos, que en todos los aspectos las brechas son grandes y enormes los desafíos.

Habiendo sido importantes los avances alcanzados por sociedad y gobierno mexicanos durante el siglo pasado, está claro que en los últimos lustros, en México como en buena parte del mundo, algunas diferencias sociales se han acentuado, de suerte que el nombre del reto en este siglo es de la desigualdad, que en no pocas ocasiones tiene como causa y consecuencia, a la discriminación.

Desde esa perspectiva, no parece suficiente el planteamiento centrado en combatir la pobreza para eventualmente vencerla, sino que se debe procurar, al mismo tiempo, construir una sociedad igualitaria. Esto implica que, mucho más que dar continuidad a los más exitosos programas de política social inaugurados hace una veintena de años, parece necesario transformarlos sin desarticularlos.

Todo indica que sería recomendable cambiarles el enfoque predominantemente asistencialista que los ha guiado durante dos décadas, por una visión de política social impulsora del desarrollo de abajo hacia arriba y de la periferia al centro, con el que se busque, más que atender a beneficiarios, transformarlos en pequeños productores; más que acercar soluciones, anticiparse a los problemas; y cuya meta consista, más que en engrosar padrones de personas en pobreza, en adelgazarlos como consecuencia del esfuerzo conjunto de sociedad y gobierno.

Hagamos que la discriminación sea, más que la expresión de nuestros niveles de pobreza, el objetivo a abatir de una nueva estrategia de desarrollo centrada en las personas.

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