En voz alta————————————————–¡Guelaguetza!

Por: Gerardo Viloria
Cuando en la escala temporal geológica del Terciario Medio, aproximadamente de 60 a 55 millones de años; cuando la materia candente expulsada a la superficie de nuestro planeta Tierra se enfrió y en el ámbito de lo que hoy conocemos como la jurisdicción federal mexicana, surgen, enlazándose en su seno de erupción la Sierra Madre Oriental, el Eje Neovolcánico y la Sierra Madre del Sur, mismas que configuran el Nudo Mixteco, donde se pliegan profundas gargantas que entallan sus ásperos relieves; en esa tierra mágica de nubes, de ensueños, de ininterrumpidas oleadas montañosas, espacio vital del sureste mexicano, se concreta el territorio oaxaqueño, cuya superficie rebasa los 95 mil kilómetros.
En su suelo se asientan un poco más de 3 millones de habitantes y es destino –previo a la formación del Estado de Oaxaca- de 16 grupos étnicos, cada uno de ellos con su propia cosmogonía, idioma, rituales y tradiciones.
Pues bien, en ese punto geográfico como expresión de sus valores se manifiesta una de las afirmaciones culturales más representativas y multicolores de la provincia suriana mexicana, conocida mundialmente como la Guelaguetza.
Este vocablo zapoteca que significa “ofrenda, regalo, intercambio”, supone al mismo tiempo, evidencia de profunda amistad. En este sentido, esta celebración también conocida como “La ofrenda”, cuyo origen en el culto a los dioses se pierde en la temporalidad prehispánica.
En su noción contemporánea como “Fiesta de los Lunes del Cerro”, llegó a su 80 aniversario como un homenaje racial que año con año se reverencia en el Cerro del Fortín, en la capital oaxaqueña declarada Patrimonio de la Humanidad.
Doce meses habrá de esperarse para los dos lunes del mes de julio posteriores al día 16 de la festividad católica de la Virgen del Carmen, en los cuales cientos de hombres y mujeres de las diferentes etnias y razas originarios de las siete regiones de Oaxaca como son: la Sierra, la Costa, la Mixteca, la Cañada, los Valles Centrales, la Cuenca del Papaloapan y el Istmo, hermanados entreguen con regocijo, en gesto fraternal –a casi 12 mil espectadores, expectantes y jubilosos- un legado musical embelesado en el misticismo de la composición de atuendos, danzas, frutos y manufacturas; paradigma de un mosaico cultural, esencia de México.
A la par, en “El Llano”, en un fantástico universo etílico se encuentra la Feria del Mezcal, elixir de los ancestros zapotecas, símbolo de la fertilidad de la tierra, mística bebida afrodisiaca de profunda delicadeza en sus múltiples sabores y aromas; de igual manera -con la calidez de su gente- hallará en la capital oaxaqueña vestida de gala, una veintena de ferias artesanales y gastronómicas; lo mismo, en diferentes municipios de los denominados Valles Centrales.
Como preámbulo a la Guelaguetza, la noche del domingo, se presenta el espectáculo dancístico de “Donají la Leyenda”, donde personajes y narración encarnan la heroicidad de la núbil princesa del Alma Grande que sacrificó su vida por el amor y bienestar de su pueblo zapoteca.
En ese mañana de ayer, asómese a Oaxaca para que la serenidad y la armonía geminen bajo esecielo siempre azul de la que antes fue Antequera, y le brinden el derecho de platicar con las estrellas de otro modo.

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