Capriles encabeza el ritual del perdedor en Venezuela

El apretado triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales venezolanas sobre el conservador Henrique Capriles es el detonante para que esa nación despierte de la anestesia que le aplicó durante 14 años Hugo Chávez con programas sociales que lograron convencer a una mayoría desinformada, que el fallecido militar llevaría a los venezolanos a algo mejor que el paraíso terrenal, con su “socialismo Siglo XXI”, invento del sociólogo alemán e investigador de la UNAM Heinz Dietrich. Estaban las mayorías empobrecidas alucinadas y pueden pagar caro ese olvido voluntario.

Decía Dietrich en defensa de su creación que el modelo impulsado por el presidente venezolano sobrevivirá, aún sin Chávez, porque es “un modelo económico, político, social y cultural que ha calado en la gente. Una y otra vez, tanto Dietrich como un buen número de intelectuales al servicio del gobierno bolivariano tuvieron como punto central de sus de sus panegíricos el que no se haya instaurado un terrorismo de Estado, “no hay destrucción de vidas individuales, ni control de ideologías, todo es a través de instituciones, y la gente aprecia esa isla de estabilidad y quiere seguir con eso como cualquier otro país”.

No hubo, en efecto, destrucción de vidas individuales, pero sí expropiaciones de importantes industrias. Tan sólo de 2007 a 2010, se expropiaron 350 empresas. Los periodistas y los medios masivos de comunicación vivieron bajo acoso y el gobierno chavista logró el control de al menos el 80 por ciento de ellos.

Venezuela es un país petrolero con mayor producción que México y en los 14 años de gobierno Hugo Chávez regaló petróleo con valor de 35 mil millones de dólares a países integrantes de la Alianza Bolivariana para América o ALBA, mientras en su país crecía el cáncer de la inseguridad, colocando a Venezuela en el cuarto país más inseguro del mundo, con un índice de 69 muertos diarios por cada 100 mil habitantes, cuando en México, en sus peores indicadores, ha llegado a 25 muertos por cada 100 mil habitantes.

En 2112 Venezuela se ubicó en el segundo puesto más alto del Indice de Miseria elaborado por la revista The Economist, lo que refleja el gran impacto que ejercen sus elevadas tasas de inflación y de desempleo sobre el nivel de vida de los venezolanos, según reseña El Nuevo Herald.

La clasificación mundial coloca a Venezuela detrás de Macedonia, país que alcanzó el primer lugar en el índice al padecer una tasa de desempleo de más del 30 por ciento, según la misma fuente.

Irán figuró en el tercer puesto, detrás de Venezuela. La revista, cuyo índice está elaborado sobre la base de la combinación de la tasa de inflación y de desempleo, atribuyó las altas puntuaciones obtenidas por Irán y Venezuela a las “alocadas políticas económicas” de ambos países petroleros.

En Venezuela, esas políticas han coincidido en una tasa de inflación que el año pasado estuvo en el orden del 27.6 por ciento y una tasa de desempleo de 8.2 por ciento”.

En contraparte, Venezuela registró un crecimiento de 5.5 por ciento en 2012, pero los pronósticos auguran una caída hasta 0.1 por ciento este año.

Por su parte, el sociólogo Roberto Briceño León, afirmó que de los 155 mil homicidios ocurridos en Venezuela entre los años 1999 y 2012, 140 mil casos quedaron impunes, puesto que los responsables siguen sin ser capturados ni condenados.

Esta falla de la justicia nos convirtió en un país agobiado por la impunidad, donde el crimen no se castiga”, precisó el director de la asociación civil Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV)”, en una conversación que sostuvo con Notimex.

Estos indicadores deberían servir para que los candidatos triunfador y perdedor de la reciente contienda electoral presidencial reflexionaran sobre la situación tan grave de un país que puede deshacerse, si continúa la polarización, que amenaza con escalar a niveles incontrolables.

Al momento de redactar esta reflexión se habían registrado siete muertos por las protestas en contra del “fraude electoral”. Una y otra fracción se culpan de los hechos sangrientos, sin mirar de cara al futuro inmediato: Nicolás Maduro no podrá gobernar un país con ese grado de polarización. No basta con disparar como metralla sus lugares comunes de que su gobierno es víctima de conjuras imaginarias, promovidas desde Estados Unidos. A Chávez se le reía la gracia. Su peculiar estilo así lo caracterizaba. Prometía paraísos imposibles y construía historias que sólo estaban en su pintoresca mente.

Maduro creyó que podría repetir el esquema y se estrelló con otra realidad. Denunció que Estados Unidos inoculó de cáncer a Hugo Chávez, y que en breve presentaría las pruebas. Antes de las elecciones habló de una gran conjura del imperialismo norteamericano para socavar las instituciones venezolanas, pero no aportó dato alguno que soportara su aserto. A chávez se le perdonaban sus desplantes. A maduro se los cobraron con votos.

Henrique Capriles pide voto por voto, sin que hasta el momento haya documentado el fraude en el conteo de votos. Convoca a movilizaciones más para cumplir con el ritual del candidato perdedor que para defender “la legalidad”.

El chavismo no previó que un día los resultados electorales pusieran en duda sus rotundos y arrolladores triunfos y no puso en ley alguna la posibilidad de recontar los votos o irse a una segunda vuelta, como ocurrió en Perú y Bolivia.

Así, Maduro, tiene frente a sí a una hidra de 100 cabezas. La ingobernabilidad lo tiene bajo amenaza. Capriles alimenta la idea del fraude sin pensar que la polarización podría hundir más a Venezuela. Ambas posiciones se continúan radicalizando y nadie sabe como puede acabar esto.

A principios de 2006, Costa Rica celebró elecciones presidenciales en las que ganó el premio Nobel de la Paz Oscar Arias con una diferencia de 18.165 votos (1,1%) sobre Ottón Solís. Se realizó el recuento y se amplió la ventaja del candidato ganador, a lo que el perdedor declaró: “Ya no hay razón legal para esperar. El país necesita claridad. Oscar Arias Sánchez será el presidente a partir del 8 de mayo, le deseo lo mejor y espero que Dios lo ilumine». ¿Es tan difícil aceptar que existe “lo otro”?

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