Odiar a Peña Nieto se ha convertido en una especie de rito de iniciación

La activista Denisse Dresser arrancó el mes reportando a través de su cuenta de twitter que Paulina Peña, la hija del Presidente de la República, había llegado a la Universidad Anáhuac en un helicóptero pagado por el presupuesto público. Proclamó Denisse: “Va foto que me envían de Paulina Peña llegando a la Universidad Anáhuac en helicóptero, también a cargo del erario”. Un escándalo, un oprobio, una vergüenza, que, por supuesto, se convirtió en éxito instantáneo, pues el tuit se compartió casi cinco mil veces y fue marcado como favorito por mil 700 usuarios de dicha red social.

Sólo había un problema: que la noticia es una mentira. El helicóptero no es propiedad del gobierno federal, sino del empresario Carlos Peralta y fue él –no Paulina Peña– quien arribó a la universidad en la aeronave. Peralta aclaró el infundió también a través de twitter, pero, incluso al ser exhibida con las manos en la masa de su mentira, la activista no fue capaz de reconocer el error y se escapó por la tangente, respondiendo con una agresión apenas velada.

Y no fue la primera vez. Un par de días antes, la misma activista se burló de la tragedia del avión de Germanwings estrellado en Francia, publicando en twitter que “se solicita piloto depresivo para manejar avión presidencial”, literalmente deseando la muerte no sólo del presidente, sino de decenas y quizá cientos de personas. Es decir, un odio grotesco y vergonzoso.

El hecho es que para la izquierda –y algunos panistas– odiar a Peña Nieto se ha convertido en una especie de rito de iniciación y de requisito indispensable para refrendar la credencial de ciudadano “independiente” ante los ojos de las redes sociales.

Facebook y Twitter rebosan de comentarios e imágenes en contra de Peña Nieto y de su familia, mensajes tan agresivos y deleznables que en cualquier otro caso garantizarían la más enérgica condena de la intelligentsia, pero, según parece, en México odiar a Peña Nieto justifica la misoginia, la difamación, el racismo y el sadismo.

Es un odio cada vez más irracional, alimentado a trasmano por los supuestos gurús de la ciudadanía, que en realidad están al servicio de personajes como López Obrador, o que, simplemente, han encontrado en la agresión visceral una forma de ganarse el mote de héroes, mientras (sin darse cuenta de la ironía) se quejan a todo volumen y en todos los medios de comunicación de la censura que padecen.

En pocas palabras: El odio contra Peña es preocupante, no sólo por la mala voluntad que destilan sus impulsores, sino porque nubla, bajo un manto de vituperios y necedades, las verdaderas y muy graves fallas que es necesario reclamarle a la administración Peña Nieto, empezando por el preocupante manejo de la deuda y de la política fiscal.

¿Qué Peña Nieto es un político muy cuestionable? Por supuesto ¿Qué se ha aprovechado del presupuesto para construir su proyecto político? Ni duda cabe ¿Qué su desempeño en la Presidencia es deficiente y muchas de sus propuestas son contraproducentes? Absolutamente. Hay mucho que criticarle.

Por eso, resulta aún más triste que, teniendo tantas cosas muy reales que reclamarle a Peña Nieto, la izquierda –y algunos azules trasnochados– acusen al Presidente de crímenes de los que claramente es inocente, empezando por el asesinato de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que fue responsabilidad directa de una camarilla de políticos protegidos no desde Los Pinos, sino desde los altos mandos de la izquierda mexicana, la misma que hoy lucra con los mártires que provocó.

Comentábamos hace unos días que en la tierra de los dogmas no hay espacio para nada más que los creyentes y los blasfemos. A esa visión de blanco/negro nos quieren conducir los adalides del odio, cerrando espacios de diálogo y sembrando semillas de violencia dispuestas a germinar conforme nos acerquemos al 2018, porque, no nos engañemos, todo ese juego antipeñista no es para fortalecer la democracia, sino para respaldar a otros políticos de su misma calaña.

Si queremos que el experimento democrático en México tenga, al menos, una pequeña oportunidad de tener éxito, es menester que comencemos dejando atrás esa nefasta dialéctica y entendamos -de una vez por todas- lo que escribió Castillo Peraza: “la política no es una lucha de ángeles contra demonios, sino que debe partir del fundamento que nuestro adversario político es un ser humano”.

Estimados tuiteros y facebookeros con vocación demócrata: Al deshumanizar al enemigo, al ceder al odio y recurrir al ataque por el ataque mismo, debilitan las bases de la democracia, a la que proclaman aspirar, y ponen en entredicho a la sociedad informada, a la que dicen pertenecer.

Es importante hacerlo notar, porque entre más leemos los ataques contra Peña Nieto en redes sociales, más queda claro que entre el presidente y muchos de sus críticos no hay gran diferencia. Uno no leyó ni tres libros, los otros tampoco, al grado de que ni siquiera son capaces de distinguir entre una nota falsa y una real o entre las atribuciones reales de Peña y las que ellos se imaginan en sus cabecitas.

Por eso, estimados lectores, he aquí un par de reglas generales para ser crítico, sin ser inmoral: 1) Verifiquemos si la nota escandalosa que estamos a punto de compartir es confiable y está confirmada por varios sitios de noticias, o si salió de una página de la que nunca habíamos oído hablar. 2) Reflexionemos si aquello que estamos a punto de criticar nos indignaría de igual forma en caso de que el responsable, en lugar de ser Peña Nieto, fuera AMLO o Calderón.

En pocas palabras: Sólo si la información está confirmada y lo que nos indigna es el hecho (no la persona), podemos criticarlo en buena conciencia. En caso contrario, lo que nos mueve no es la vocación ciudadana, sino el odio. Y la verdad es que de nada sirve odiar a Peña.

Por cierto…

147 estudiantes cristianos (en su mayoría) fueron masacrados por una milicia radical islámica. El silencio de la civilización occidental ante este crimen es tan ensordecedor como deleznable. Parece que, de este lado del mundo, sólo nos importa el terrorismo cuando toca a nuestra puerta. Ésa es una receta para el desastre.

Fuente: yoinfluyo.com

Escrito por: Gerardo Enrique Garibay Camarena

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