La espiral

José Antonio Rivera Rosales
José Antonio Rivera Rosales

El aumento a los combustibles, vigente a partir del primero de enero, metió al país en una espiral de ingobernabilidad cuyos alcances,  insospechados, sólo serán determinados por la ira popular.

En entregas anteriores afirmábamos que el país se enfila a una crisis de la que los únicos responsables son los tecnócratas que administran la nación. Los hechos, por desgracia, nos conceden la razón.

Esos tecnócratas -un total de 22 personajes con nombre y apellido, egresados de universidades privadas del extranjero- tienen al país al borde de una revuelta popular cuyas dimensiones son aún difíciles de ponderar.

Este episodio, al que el imaginario popular ha dado en llamar “el gasolinazo”, comenzó en realidad hace poco más de 30 años, cuando la administración federal firmó el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), el antecedente remoto del actual Tratado de Libre Comercio (TLCAN). Era el gobierno de Miguel de la Madrid, pero desde entonces los tecnócratas, con Carlos Salinas a la cabeza, movían ya los hilos de las decisiones fundamentales del régimen en materia económica.

En realidad estamos ante el episodio final de la instauración del modelo económico neoliberal impulsado desde la obscuridad por los llamados Golden Boys, es decir la generación dorada que accedió paulatinamente a las posiciones de poder del gobierno federal, egresados casi todos de la Universidad de Harvard.

En ese sentido, cuenta con una buena dosis de verdad la afirmación de Andrés Manuel López Obrador de que la mano de Carlos Salinas está detrás del rumbo que ha que tomado el país, lo que nos llevará, inexorablemente, al precipicio. Claro, los  perpetradores de semejante atraco a la nación ya no estarán aquí para asumir las consecuencias: estarán en su paraíso privado en algún otro país del mundo, a salvo del juicio histórico de los mexicanos.

Esa generación apátrida, carente de la menor ética política y humana, se instaló en posiciones clave del gobierno federal precisamente durante el mandato de Miguel de la Madrid Hurtado, uno de los principales responsable -junto con José López Portillo- de la tragedia económica que agobia hoy a los mexicanos.

Si con López Portillo asistimos a la peor crisis económica en la historia del país (1982), que nos condujo a una devaluación de 3 mil 100 por ciento, con De la Madrid observamos el adelgazamiento de las paraestatales de un mil 155 a 413. Durante ese período la mayoría de las empresas paraestatales pasaron a manos privadas. De ese tamaño fue el atraco a la nación.

Como irónica referencia habrá que recordar que, al informar sobre la dimensión de las reservas petroleras probadas de México, de 6 mil 300 millones de barriles explotables en 1976, López Portillo anunció a los mexicanos una era de abundancia sustentada en la principal riqueza energética. Hoy, con profunda tristeza escuchamos a un Enrique Peña Nieto decir que se acabó la gallina de los huevos de oro.

Por eso, a estas alturas, resulta inevitable sentir indignación y asco ante las mentiras descaradas del hombre que ostenta el título de Presidente de México, pero que en realidad representa los intereses de la élite política, económica y financiera que ha saqueado el país en los últimos 32 años.

A querer o no, las falsedades de Peña Nieto para justificar la liberación del precio de las gasolinas fueron desmentidas por Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, quien durante una alocución dijo, sin rubor alguno, que la liberalización de los precios del energético era parte de las reformas estructurales impulsadas por Peña Nieto.

¿Entonces, fue la economía internacional la que forzó a la liberalización de las gasolinas, o todo es un ardid para ajustar el último espacio subsidiado de la economía mexicana para ajustarla al modelo económico neoliberal?

Así las cosas, Carstens dejó como mentiroso al presidente Peña Nieto tanto como a su gabinete económico. Pero entonces, ¿cuál será el rumbo de la nación a partir de ahora? ¿Cree Peña Nieto que no habrá consecuencias ante todo este saqueo, en particular porque está previsto un nuevo aumento a gasolinas de partir de febrero? La respuesta la veremos en las próximas semanas en que estaremos atestiguando cómo las diferentes expresiones populares comienzan a articular una resistencia civil iracunda ante las decisiones de las élites.

Es un proceso que comienza a parecerse al choque entre los dos Méxicos: el de arriba, que son una minoría rica, y los de abajo, que son la inmensa mayoría de los mexicanos pobres,  los que han comenzado a resentir los efectos del alza a las gasolinas en su vida cotidiana: aumentos en cascada sobre el kilogramo de tortillas, la leche, el pan, los bolillos, huevos y, en general, los productos de la canasta básica.

Los argumentos oficiales, en el sentido de que no habrá una cauda inflacionaria por el aumento a las gasolinas comienzan a caer por su propio peso. La tradición especulativa de los comerciantes comienza a hacerse sentir. ¿Y cómo podría ser de otra manera si la economía, toda, se mueve con gasolina?

Hasta ahora hemos presenciado expresiones dispersas de ira popular que han bloqueado gasolineras y saqueado tiendas comerciales, pero de manera paulatina muchas y muy variadas formaciones sociales han establecido alianzas de facto para enfrentar las decisiones gubernamentales en un proceso en que, para espanto de algunos, han comenzado a radicalizar sus posiciones. Y, por lo menos en cuanto a sus demandas, tienen toda la razón.

En 1979, cuando en Nicaragua triunfó la Revolución Sandinista, el primer síntoma del hartazgo popular se manifestó con saqueos generalizados en tiendas comerciales, lo que a la postre condujo a manifestaciones masivas en favor de los insurgentes, que terminaron con la caída de Somoza. Aquí se llevaron a cabo saqueos de artículos electrónicos principalmente. ¿Cuánto falta para que comiencen otro tipo de manifestaciones?

 

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