Los dichos y los hechos.

Detrás de la polvareda levantada por la carencia de una estrategia informativa, la ineficacia en la conducción del operativo, la ausencia de inteligencia en la investigación y demás desaciertos evidenciados por el supuesto abatimiento de “El Lazca” y posterior extravío de su cuerpo que hubiera constituido la evidencia absoluta, persiste un problema mayúsculo sobre el que es preciso deternerse para analizar el combate al narcotráfico que encabeza el gobierno actual que, todo indica, yerra al centrar sus esfuerzos en atacar a los llamados “capos del narcotráfico” pues, asumiendo sin conceder que a la fecha hayan abatido “a 22 de los 37 delincuentes más buscados” como reza la propaganda gubernamental, la violencia en el país no cede, no deja de crecer el número de consumidores de estupefacientes –lamentablemente, de manera subrayada,  entre la juventud mexicana- ni dismiunyen las cantidades de droga exportada a todo el planeta desde nuestro territorio. Estamos en el peor de los escenarios: ausencia de estrategia, lo que hace imposible verificar sus resultados, cuando se anuncian, y abundancia de evidencias cotidianas de que los narcotraficantes están en jauja.

Desgraciadamente, aun sin capos, el narcotráfico no luce de capa caída.

La organización no gubernamental, Council on Foreing Relations, acaba de publicar un reporte cuyo título se puede traducir como “La guerra contra las drogas en México”, de la autoría de David A. Shirk, reconocido especialista de la Universidad de San Diego, según el cual, en nuestro país el tráfico de drogas crea oportunidades laborales en diferentes niveles de especialización, desde pilotos, choferes y un largo etcétera que, estiman, generan ingresos de hasta 39 mil millones de dólares que involucran directamente a cerca de 450 mil personas en todo el país, ¡casi medio millón de mexicanos vinculados al narcotráfico por medio de las ganancias que genera! Por si fuera poco, la Dirección Técnica del Centro Nacional contra las Adicciones de la Secretaría de Salud, ha advertido, desde hace dos años, que el número de consumidores de drogas como la cocaína continúa en aumento; y hasta donde se recuerda, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, creada por la ONU, advirtió de la expansión constante de cultivos de amapola desde hace siete años en nuestro territorio.

Así las cosas, la guerra contra las drogas del gobierno federal parece monoaural; es decir, diseñada y enfocada en un solo canal; limitada a suponer que el abatimiento del jefe de un cártel, implica la desaparcición de toda la corporación, sus mecanismos de distribución, flujos financieros y hasta sus consumidores.

Pero las desgraciadamente muy numerosas, sangrientas y dramáticas evidencias tanto en México, como en otras latitudes, han demostrado que la eliminación de un jefe delincuencial o la supresión de alguno de sus brazos armados, desencadena inmediatamente disputas por el territorio y el mercado, acompañada de una violencia que, al escalar, impacta a inocentes, que en el caso de México ya suman decenas de miles de personas.

Un fenómeno complejo, como sin duda lo es el combate al narcotráfico, que tiene muy diversas causas, numerosas variantes y múltiples formas de expresión, requiere soluciones articuladas, simultáneas y contundentes, hilvanadas por una estrategia general de carácter integral, cuyos avances sean verificables, reporten buenos resultados en más de uno de todos esos terrenos y, sobre todo, sirvan para entregar a la población un “parte de guerra” que sin traicionar a la verdad, transmita fundado optimismo y genere confianza ciudadana en el gobierno.

Los dichos y los hechos

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