El 84 por ciento de los mexicanos ya tenemos a quién odiar.

@josegmunoz

Más pronto que tarde, Enrique Peña Nieto y su equipo aprendieron que para incrementar popularidad y, por ende, el poder, hay que exhibir a un personaje, real o ficticio, como el enemigo público número uno, al que se debe odiar; al que se le debe identificar con la maldad, la corrupción, el cinismo, la prepotencia; como enemigo del progreso y de la patria; con la antítesis de la decencia, del honor; como el gran contrapeso que ha impedido que en México la educación sea digna de estar en los primeros lugares de los ranking del primer mundo.

Elba Esther Gordillo es, según la propaganda oficiosa, el origen de todos los males.

Más pronto que tarde, las enseñanzas del gran maestro del odio, que ha logrado por momentos convertir a los mexicanos en montescos y capuletos, las dos familias que intercambiaron odio extremo en la tragedia shakespereana Romeo y Julieta, Andrés Manuel López Obrador, fue asimilada a plenitud. Tal es el grado de eficacia, que en estos momentos el discurso del tabasqueño contra “la oligarquía”, “los de arriba”, “los camajanes”, los que le “robaron la Presidencia”, los “corruptos”, los “mafiosos” “los pirruris”, “los entreguistas”, casi pasa desapercibido. Las filtraciones de la PGR a cuentagotas sobre los excesos de “la maestra” y sus adláteres, cumplen a plenitud la misión de engrandecer la imagen del Primer Mandatario.

Ahora los que osan dudar de las sacras intenciones del Presidente son los malos mexicanos; “los enemigos del progreso”; los que no quieren que se limpien las instituciones de corruptos; o están con EPN o están con los “enemigos”. No hay matices ni ínsulas de duda.

Las encuestas resaltan el gran apoyo popular que el pueblo da a Peña Nieto, en un 86 por ciento. Los bonos están por los cielos. El país tiene rienda. Ya llegó quien lo sacará del atolladero. México estará en los primeros asientos del salón del primer mundo,

Esto es, aún no se explica si las millonadas del SNTE que siguen y seguirán fluyendo a las arcas sindicales cómo serán utilizadas en lo sucesivo, porque ahora podrían usarse para incrementar los votos al PRI y al PANAL, porque al fin y al cabo ya no habría resentimientos, pero el aplauso está hasta en los lavaderos. Tal vez la popularidad lograda es mayor en proporción a la que obtuvo Diego Fernández de Cevallos en el debate con Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas aquel histórico 12 de mayo de 1994.

Pero la popularidad, a secas, no es garantía ni de progreso ni de movimiento nacionales. A veces, es soporte de aberraciones como el ejemplo de Hitler, quien sin duda alguna fue amado por su pueblo hasta la ignominia.

La polularidad de Hitler, tuvo su base en la propaganda Nazi, diseñada por Joseph Goebels, del que extraigo once principios:

1. Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo.

2. Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

3. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.

4. Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

5. Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

6. Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto, sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite mil veces, acaba por convertirse en verdad”.

7. Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

8. Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

9. Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

10. Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea un mito nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

11. Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando una impresión de unanimidad.

George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair, escribió el clásico Orwell 84, en el que describe el modus operandi de una dictadura “de izquierda” en Inglaterrra y uno de sus soportes era la promoción del odio hacia un personaje que nadie vio jamás, Emmanuel Goldstein.

Esbribió Orwell: “El más fuerte motor de cohesión de la sociedad de 1984 es El odio hasta el dolor. Odio a lo extraño, al extranjero, al contrario al Partido”

En ese país imaginario se instituyeron dos minutos de ración diaria de odio necesaria para hacer funcionar el sistema. ¿Quién es el objeto del odio? Emmanuel Goldstein. El gran enemigo de Oceanía, el Partido y el Gran Hermano. El adversario necesario. El traidor al Ingsoc (socialismo inglés). El artífice de la Revolución que se vendió a las potencias extranjeras. La población expresa su odio irracional, válvula de escape de todos sus instintos primarios, mientras se superponen imágenes apenas subliminales de Goldstein con un fondo de matanzas y atrocidades del enemigo de turno, sea Eurasia o Asia Oriental. Los ciudadanos están condicionados para odiar a Goldstein. Odiar a Goldstein es amar al Partido y al Gran Hermano y todo lo que representa el Ingsoc.

Cuidado: la dualidad amor-odio cierra los ojos de quienes los padecen. El amor por Hitler llevó al abismo a Alemania.

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