Aborto, ALDF, izquierda, derecha, ciencia

@josegmunoz

 

Mientras Miguel Mancera celebra que ninguna mujer ha muerto en el Distrito Federal por aborto clandestino en seis años, “la izquierda” capitalina apoderada del rumbo legislativo en la capital, encomia que se ha llegado a 100 mil el número de “servicios” de aborto en el sistema de salud, para beneplácito de las feministas de ultraizquierda que reclaman el “derecho” sobre cómo utilizar su cuerpo y para dolor de la derecha, representada por grupos pro vida que se manifiestan de luto frente al edificio de la Asamblea Legislativa con velas encendidas por los 100 mil no natos “asesinados”. Y al margen de todos, la ciencia, que nadie consultó sobre cuándo el ser humano, como individuo, comienza a caracterizarse en el vientre materno.

 

Hace seis años “la izquierda” esgrimió argumentos atroces para aprobar que el sistema de salud del Distrito Federal atendiera por aborto voluntario a las mujeres que lo soliciten, con el simple requisito que el embarazo no haya rebasado las 12 semanas. En otras palabras, una mujer antes de tres meses de gestación, está “ligeramente embarazada” y el producto que lleva en su vientre es como una vícera estorbosa y no un ser humano en formación.

 

Casi ninguna de las partes que se enfrentaron hace seis años volteó a ver lo que dice la ciencia, por lo que vale la pena recapitular sobre este punto controversial y para hacerlo, les comparto la mayor parte del documento que encontré el la versión en línea del diario El País:

 

(http://elpais.com/diario/1983/09/10/sociedad/431992801_850215.html)

Para algunos científicos de renombre, como el profesor Le Jeune, de París, notorio por su descubrimiento del cromosoma anormal del mongolismo, la cuestión es palmariamente simple: «La naturaleza humana del ser humano, desde la concepción hasta la edad senil, no es una suposición metafísica, sino un mero hecho experimental». Y el profesor Bongiovanni, de la universidad de Pensilvania, reforzó este punto de vista de una manera ciertamente peculiar, al considerar que tachar al embrión de ser humano incompleto era tanto como decir que el niño, antes de la pubertad, no es un ser humano. En general, parece que el testimonio de los científicos contrarios al aborto no consiguió elevar el nivel del debate más allá de lo que es común entre los no iniciados. Esta situación llevó probablemente al profesor Rosenberg, catedrático de Genética Humana en la universidad de Yale, a reprochar a sus colegas el «haber sido incapaces de distinguir entre sus juicios como profesionales y sus posiciones morales y religiosas».Por su parte, Rosenberg se mostró partidario de la prohibición del aborto, pero insistió en que no se pretendiera justificar esta acción legal sobre la base del dictamen de la ciencia o la medicina: «No conozco ningún dato científico que dé respuesta a la pregunta de cuándo comienza la vida»… «La respuesta», añadió, «debe encontrarla cada uno en su conciencia».

 

Esta toma de posición del profesor Rosenberg respecto a las limitaciones de la ciencia para establecer un dictamen definitivo de la cuestión fue retomada por el profesor Zack, de la universidad Rutgers, en un artículo editorial del semanario Science y que representa, por tanto, el punto de vista oficioso de la publicación científica más influyente de Estados Unidos.

 

Para Zack, toda la situación creada en torno al testimonio de los científicos ante el Congreso de Estados Unidos indica un desconocimiento de los papeles respectivos y de las relaciones que deben existir entre la ciencia y la jurisprudencia. «La ciencia trata de explicar y predecir los acontecimientos en nuestro mundo físico y biológico mediante la construcción de modelos hipotéticos que sean un reflejo cada vez más ajustado del mundo que percibimos con nuestros sentidos y nuestros instrumentos». Nada tiene que ver, por tanto, con cuestiones de verdad o justicia. Por el contrario, «la jurisprudencia intenta establecer un código de conducta para los miembros de una comunidad de cara a facilitarles la convivencia en armonía». Nada tiene que ver con los paradigmas de la ciencia.

 

La cuestión a resolver no es si el zigoto, el embrión o el feto son seres humanos, en el sentido científico estricto, sino de establecer en qué estado del desarrollo la entidad destinada a adquirir los atributos del ser humano debe ser investida de los derechos y protecciones que han sido acordados al estado de ser humano. Y para responder a esto, termina Zack, la ley debe remitirse a los códigos morales de la sociedad y no a la ciencia.

 

Aunque la posición de Zack es esencialmente correcta en lo que tiene de humilde delimitación de las competencias de la ciencia -que de otra forma se transforma en cientifismo, al inmiscuirse en los terrenos propios de la moral y los valores-, su mensaje resulta equívoco en cuanto a la capacidad de la ciencia para establecer ciertos principios racionalizadores sobre los que sustenta la jurisprudencia.

 

La vida no empieza, se transmite

 

Uno de los puntos en que la ciencia puede aportar elementos clarificadores hace referencia al mismo fondo de la cuestión en que se ha centrado la polémica del aborto. Como señaló B. C. Boving, de la universidad del Estado Wayne (Michigan), en carta al editor de Science, la pregunta «¿cuándo comienza la vida humana?» es tan falaz y equívoca como aquella otra de «¿cuándo pega usted a su mujer?». En ambas, la pregunta secundaria del ¿cuándo? da por supuesto que la cuestión principal ha sido respondida afirmativamente.

 

En términos estrictamente científicos, la vida empezó hace 200 a 400 millones de años, perpetuándose y modificándose a través de los ciclos vitales y la evolución, de la que surgió -¿hace 5, 10, 15 millones de años?- el homínido precursor de nuestra especie. La vida no empieza, sino que se transmite mediante los ciclos reproductores, de los que son parte esencial el óvulo y el espermatozoide; ambos vivos y ambos igualmente humanos, en la medida que contienen el mensaje genético, la potencialidad del ser humano.

 

No se puede confundir la potencialidad con una existencia humana ya desarrollada y plena, sobre todo cuando sobre tan endeble argumento se pretenden hacer construcciones legales que tienen que ver con la vida y la muerte o el homicidio. El zigoto humano -es decir, el óvulo fecundado- es ciertamente un ser humano en potencia, pero a un escalón anterior al del embrión y muy anterior al del feto. También el óvulo y el espermatozoide tienen la potencialidad del ser humano, aunque en un estadio anterior al del zigoto. Y, por supuesto, cualquier célula de un humano adulto tiene la potencialidad teórica de dar lugar a un nuevo ser humano, de disponer de la tecnología apropiada para su clonaje y sobrevivencia.

 

Desde esta perspectiva de racionalidad científica, tan absurdo es conceder el estado de persona humana a cualquiera de esos estadios potenciales, como el establecimiento arbitrario de unos límites de humanidad entre los gametos (óvulo y espermatozoide) y el resultado de su unión. En esta lógica precientífica, cualquier jurista malintencionado puede pensar que la abstinencia voluntaria en el período de ovulación (esto es, el método Ogino), al condenar al óvulo a la muerte celular por falta de fecundación, pudiera ser interpretado como un homicidio intencionado de ese ser potencial.

 

El proceso de humanización

 

Lo genuinamente humano remite inmediatamente a un ser social, con una potencialidad simbólica exclusiva (representada por las estructuras y funciones cerebrales del neocórtex), cuyo desarrollo depende del entorno social que lo modela interactivamente. Sobre estas bases sí que es posible precisar en términos científicos los límites aproximados en que puede empezar a hablarse de un ser humano. Como señala Benjamín Libet, de la universidad de California, en carta a la revista científica Science, el criterio fundamental para decidir acerca del período de aparición de la vida humana genuina lo suministra el mismo principio aceptado universalmente como criterio científico de muerte. Cuando el cerebro, especialmente el área frontal, deja de funcionar con carácter irreversible, todos convenimos en que la vida humana ha dejado de existir. Un individuo con el cerebro irreversiblemente comprometido en su funcionalidad no se considera como una persona viva, aunque sus riñones, corazón, intestinos, nervios sensoriales, pulmones y demás funciones vegetativas sigan en perfecto orden.

 

Si se acepta el criterio de funcionalidad cerebral -una noción que nada tiene que ver con inteligencia, locura y demás indicaciones sociales de comportamiento apropiado o desviado- como base para nuestra definición como personas vivas, entonces ya disponemos de un criterio científico y social para establecer los límites mínimos en que se puede hablar de comienzo de humanización.

 

El zigoto, resultante de la unión del óvulo y espermatozoide, claramente carece de cerebro. Por tanto, la asignación de existencia humana al zigoto carece de base científica y entra en el terreno de las creencias místicas o las preferencias religiosas. Los rudimentos del cerebro no aparecen sino a partir del segundo mes, pero su organización y funcionalidad es un largo y complicado proceso que se prolonga más allá del alumbramiento, hasta la primera infancia. Es en esta larga zona de penumbra (científica) donde la indagación científica podría precisar los límites exactos de aparición de la persona. Hasta aquí el artículo de El País.

 

Lo conveniente, pues, es que se debe ampliar el debate entre juristas, legisladores y científicos y establecer una verdad por consenso (La Verdad, con mayúsculas, es inalcanzable) y plasmarla en leyes de mayor aceptación general que la que rige actualmente que no es otra cosa que un estira y afloja de estertores de izquierda y derecha.

 

 

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