LUZ Y SOMBRA DEL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

+ Bienvenida la voz de los jóvenes en momentos cruciales

+ La transición del  #YoSoy131 a la figura de #YoSoy132

+ Y después de las elecciones; ¿Qué sigue?

 Mario Alberto Falcón Correa

 

En política nada es circunstancial y no hay casualidades. Todo parte de una idea y con un objetivo que, a medida que transcurre el tiempo, el proyecto original sufre mutaciones, para bien o para mal.

Atestiguamos el 11 de mayo la inesperada aparición de la juventud estudiantil en las campañas por la Presidencia de la República. Un proceso anodino, que no despertaba el interés ciudadano, que no iba más allá de la morbosa curiosidad por enterarse de la “ropa sucia” de los cuatro aspirantes y, de pronto, recibió la frescura del aliento juvenil de un grupo de estudiantes.

Para los políticos, los espacios universitarios ha sido, históricamente, un campo minado. Sobre todo, para los priístas a partir de Gustavo Díaz Ordaz.

El centenar de estudiantes de la Universidad Iberoamericana que increpó primero tímidamente a Enrique Peña Nieto en el interior del auditorio, creció en el exterior con la suma de otros jóvenes apostados en la explanada exterior.

El candidato tricolor había librado los primeros cuestionamientos con cierta tranquilidad, pero al arreciar los gritos y multiplicarse los cartelones, especialmente relacionados al “Caso Atenco”, hubo de pedir nuevamente el micrófono y aclarar que el tema había sido compartido con el gobierno federal, por cierto, del Presidente panista Vicente Fox; que la Suprema Corte lo había dictaminado y que tanto la Procuraduría mexiquense como la General de la República, habían ejercitado acción penal contra quienes encontraron responsables de exceder el uso de la fuerza pública.

Hasta ese momento, Peña Nieto había sorteado el vendaval, pero la imprudencia del Presidente Nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, al descalificar al grupo estudiantil y la posterior torpeza del vocero priísta al calificar de “porros” e “infiltrados” a los manifestantes, reavivó al movimiento, le otorgó trascendencia y lo catapultó a niveles que ni los mismos organizadores imaginaron.

La reacción pública de los ofendidos fue clara y precisa. Exhibieron sus credenciales como alumnos de la Ibero y al contabilizar 131 carnets, bautizaron al movimiento como  #YoSoy131 y rápidamente encontró eco en otros planteles universitarios, incluyendo a la Universidad Anáhuac, el alma mater del ex gobernador del Estado de México.

Un evento incidental que pudo haberse reducido a intramuros de la Ibero, se extendió a muchas ciudades del País, con las distorsiones que ya se conocen y ya con el sello de la beligerancia propia de grupos autodenominados de “izquierda”.

La voz de la juventud mexicana ya estaba allí, en el escenario de la vida pública nacional. La bienvenida a su participación fue generalizada. Aún sin posicionamientos claros ni agenda fijada, su intervención; la ruptura del silencio llamó la atención; su aparente apatía se convirtió en acción y protesta; ya vendrán, seguramente, las opiniones sobre la situación del País, sus demandas y sus propuestas, pero lo verdaderamente importante es su despertar.

 LA ORGANIZACIÓN DEL MOVIMIENTO Y SUS RIESGOS

 Nadie puede, en este momento, explicar o explicarse con precisión, el origen del movimiento de la Ibero. Pero tampoco han intentado hacerlo los analistas políticos, los sociólogos o aquellos que pululan en el mundillo académico con todos los signos ideológicos a cuestas.

Pero la ausencia del análisis profundo del movimiento, no impide hacer reflexiones en base a hechos de la historia.

La Universidad Iberoamericana es una institución creada y manejada por la congregación jesuita. Una comunidad selecta, de perfil religioso, bajo normas basadas en la corriente filosófica de Ignacio de Loyola y con unan inclinación mundial a participar e intervenir en la vida política y social de las sociedades en las que tiene sólida y fuerte presencia. Sus fundamentos ideológicos suelen ser cuestionables, pero nadie puede regatearles el alto nivel  intelectual y la gran capacidad en la preparación de líderes en todas las disciplinas y estratos de la sociedad. Su influencia es definitiva. En la historia de México, la comunidad jesuita fue dos veces expulsada por su ingerencia en el quehacer público y en conspiraciones que desembocaron en desórdenes socio-políticos, como la “guerra cristera”.

Nada prueba que este sea el caso del movimiento estudiantil del 11 de mayo en la Ibero, pero tampoco nada lo desmiente.

El movimiento que se originó por alumnos de la Ibero, cuando Enrique Peña Nieto visitó sus instalaciones, creció y fue secundado, mayoritariamente, por estudiantes de todo el país que se sumaron bajo la bandera del odio o, al menos, con repudio al priismo.

El movimiento logró mantenerse lejos de que algún partido lo abanderara, en parte porque los militantes, en su radicalismo, tenían temor de que estuviera orquestado por su contraparte, es decir: perredistas temían que fuera un asunto del panismo y los panistas que fuera cosa del perredismo.

La descalificación que el priismo intentó hacer respecto a que no eran estudiantes dio pie a la aparición del video en el que 131 alumnos de la institución, credencial en mano, demostraran que no era así.

La adhesión de grupos del ITAM, la Universidad Anáhuac (de filiación marista), de la UAM y finalmente de la UNAM, dio origen a la aparición del movimiento #YoSoy132 que se suponía una simple extensión, pero no fue así y en la Asamblea en Ciudad Universitaria quedó claro.

En realidad se trataba de dos movimientos con algunas afinidades: éste segundo, de mayor tamaño y promoción mediática y #TodosSomos131, correspondiente a los alumnos de la Ibero que sí reconocen que su objetivo es evitar que Enrique Peña gane la elección.

Por su parte, #YoSoy132 se deslinda de la acción política de #TodosSomos131, los alumnos del ITAM lo definen como un movimiento ciudadano que busca la democratización de los medios en la cobertura informativa; demanda que surgió durante las primeras manifestaciones posteriores a lo ocurrido en la Ibero.

Esta manera en que nace #YoSoy132 le ha convertido en un movimiento multiforme que igual da cabida a la demanda hacia los medios o brinda espacio para que la gente grite consignas en contra de Peña Nieto; en menor medida, también abre sitio a exigencias de justicia y trabajo al gobierno.

El movimiento fue bien recibido por observadores que reconocen la importancia de que los estudiantes universitarios alcen la voz y expresen su pensar sobre las cosas que ocurren en el país (aunque no deja de llamar la atención que sean alumnos de escuelas privadas quienes llevan la batuta en esta ocasión) y que esperan genere resultados en sus demandas.

La convocatoria a un tercer debate de los candidatos presidenciales planteó la primera diferencia entre los dos movimientos. Sus líderes hacen aclaraciones y ratifican posiciones, pero sus seguidores y los grupos diferentes a los originales, caen en la confusión.

EL DESAFIO DE TRASCENDER Y HACER HISTORIA 

Los dos movimientos sorprendieron primero a la clase política y después, a la sociedad en su conjunto. Su aparición en tiempos electorales acaparó la atención pública, pero crece el riesgo de que los movimientos se contaminen, se distorsionen y, una vez más, sean manipulados.

A la sorpresa siguieron los días de activismo ante los medios masivos de comunicación y se multiplicaron las protestas, especialmente contra el PRI y su candidato Enrique Peña Nieto y se dio paso a una persecución del candidato en sus mítines a lo largo y ancho del País.

Los partidos ya reaccionaron. El PRI convoca a la mesura, respeta la libertad de expresión y acepta la manera diferente de pensar de los jóvenes, pero busca puentes de diálogo y acelera el control de daños con una estrategia pacifista, conciliadora y de apertura limitada.

En Acción Nacional capitalizan una aceptación restringida a su candidata, Josefina Vázquez Mota, en la Ibero, donde se disculpó por el exabrupto en sus tiempos de precandidata.

En la llamada izquierda mexicana, el movimiento estudiantil oxigenó a su trillada campaña, superficial y descalificadora; ácida y reiterativa. De inmediato los apapacharon y comenzaron a infiltrar a sus huestes. Para ello cuentan con especialistas en la materia como René Bejarano, Carlos Arreola y el propio Manuel Camacho Solís.

La controversia por el tercer debate exhibe la falta de un proyecto en el movimiento. No quedaron muy claros sus objetivos en la Asamblea de Ciudad Universitaria y se dieron un espacio para integrar una agenda que es urgente.

Todos coincidimos en la caducidad del sistema político mexicano. Nadie acepta la partidocracia ni la telecracia. Hay malestar social por una democracia engañosa. La desnaturalización de los partidos políticos los hace fuente o cómplices de la corrupción.

El hartazgo social es evidente. El movimiento estudiantil es visto como la gran oportunidad de mejorar el quehacer político y la función pública, pero falta el eje ideológico, la estrategia reformadora y la táctica operativa.

En contraparte el sistema político activa sus mecanismos para “absorber” e integrar esta nueva manifestación a su esquema: mesas de diálogo y negociación o espacios para que los jóvenes puedan canalizar sus demandas, mismas que se perderán en la vida burocrática.

La única opción que el movimiento tiene para mantener su valor es no caer en el juego del sistema y mantenerse totalmente ciudadano: sin líderes ni dirigentes, sin negociaciones ni pláticas pero con ideas y objetivos claros; de lo contrario no pasará de ser uno más de tantos que nos dieron esperanza de que algo puede pasar y se difuminaron en ese esquema de “negociación” política.

Así sucedió con el movimiento del 68. Cuando los líderes originales fueron rebasados por los oportunistas y los activistas profesionales, los intereses ajenos al movimiento se sobrepusieron y ocurrió la tragedia. Hoy, ha quedado en la memoria colectiva, únicamente el episodio de la nota roja, pero nadie sabe y pocos se acuerdan, de los principios y objetivos que dieron origen al movimiento de hace 44 años. Y solamente algunos vivieron y viven bien, capitalizando la memoria de las víctimas.

La historia no puede ni debe repetirse.

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